En la primera etapa de vida del niño es donde comienzan y deben formarse los primeros aprendizajes de los límites para el dominio de los impulsos.
La puesta de límites debe ser compartida y acordada entre todos los adultos que rodean al niño en su hogar y en la escuela y sostenida en el tiempo. Para aprender a respetar los límites el niño necesita de la experiencia de ver confirmado por los adultos lo que se le acaba de transmitir.
Los límites puestos en el hogar tienen que ver con los valores universales para todos.
El límite es una manera de proteger al niño. Significa marcar de forma muy clara y específica hasta dónde pueden llegar.
Los niños necesitan aprender lo que está bien y lo que está mal, necesitan saber que no pueden tener todo lo que quieren y aprender a superar las frustraciones que se presentan en la vida, si mamá dice “NO” el papá también debe decir “NO”.
El límite no es una descarga verbal de gritos e insultos, de padres irritados y apurados frente a la demanda insistente del niño. El niño -con su conducta desbordada- está pidiendo que se lo contenga, que un adulto pueda frenarlo, un “no” que lo limite y lo asegure.
Poner límites es respetar su condición de debilidad, de dependencia total en cuanto a sus necesidades físicas, emocionales y afectivas.
“La puesta de límites no se puede posponer, debe empezar en la infancia desde la familia”.
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