D. Alfonso López Quintás, catedrático emérito de filosofía en la Universidad Complutense (Madrid) y miembro de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas, ha resaltado en varias de sus obras el carácter creativo de la fidelidad. Queremos rogarle que clarifique un poco la idea de fidelidad, que juega un papel decisivo en nuestra vida de interrelación.
-¿Es la fidelidad actualmente un valor en crisis? ¿A
qué se debe el declive actual de la actitud fiel?
A juzgar por el número de separaciones matrimoniales
que se producen, la fidelidad conyugal es un valor que se halla actualmente
cuestionado. Entre las múltiples causas de tal fenómeno, deben subrayarse
diversos malentendidos, se confunde, a menudo, la fidelidad y el aguante.
Aguantar significa resistir el peso de una carga, y es condición propia de
muros y columnas.
La fidelidad supone algo mucho más elevado: crear en
cada momento de la vida lo que uno, un día, prometió crear. Para cumplir la
promesa de crear un hogar con una persona, se requiere soberanía de espíritu,
capacidad de ser fiel a lo prometido aunque cambien las circunstancias y los
sentimientos que uno pueda tener en una situación determinada. Para una persona
fiel, lo importante no es cambiar, sino realizar en la vida el ideal de la
unidad en virtud del cual decidió casarse con una persona. Pero hoy se
glorifica el cambio, término que adquirió últimamente condición de
"talismán": parece albergar tal riqueza que nadie osa ponerlo en tela
de juicio. Frente a esta glorificación del cambio, debemos grabar a fuego en la
mente que la fidelidad es una actitud creativa y presenta, por ello, una alta
excelencia.
Si uno adopta una actitud hedonista y vive para
acumular sensaciones placenteras, debe cambiar incesantemente para mantener
cierto nivel de excitación, ya que la sensibilidad se embota
gradualmente.
Esta actitud lleva a confundir el amor personal -que
pide de por sí estabilidad y firmeza- con la mera pasión, que presenta una
condición efímera.
De ahí el temor a comprometerse de por vida, pues tal
compromiso impide el cambio. Se olvida que, al hablar de un matrimonio indisoluble, se alude ante todo a la calidad
de la unión. El matrimonio que es auténtico perdura por su interna calidad y valor.
La fidelidad es nutrida por el amor a lo valioso, a la riqueza interna de la
unidad conyugal. Obligarse a dicho valor significa renunciar en parte a la
libertad de maniobra -libertad de decisión arbitraria- a fin de promover la
auténtica libertad humana, que es la libertad para ser creativo.
La psicóloga norteamericana Maggie Gallagher indica,
en su libro Enemies of Eros, que millones de jóvenes compatriotas rehúyen
casarse por pensar que no hay garantía alguna de que el amor perdure. Dentro de
los reducidos límites de seguridad que admite la vida humana, podemos decir que
el amor tiene altas probabilidades de perdurar si presenta la debida calidad.
El buen paño perdura. El amor que no se reduce a mera pasión o mera apetencia,
antes implica la fundación constante de un auténtico estado de encuentro,
supera, en buena medida, los riesgos de ruptura provocados por los vaivenes del
sentimiento.
-Si la fidelidad se halla por encima del afán
hedonista de acumular gratificaciones, ¿qué secreto impulso nos lleva a ser
fieles?
La
fidelidad, bien entendida, brota del amor a lo valioso,
lo que se hace valer por su interna riqueza y se nos aparece como fiable, como
algo en lo que tenemos fe y a lo que nos podemos confiar. Recordemos que las
palabras fiable, fe, confiar en alguien, confiarse a alguien... están
emparentadas entre sí, por derivarse de una misma raíz latina: fid. El que
descubre el elevado valor del amor conyugal, visto en toda su riqueza, cobra
confianza en él, adivina que puede apostar fuerte por él, poner la vida a esa
carta y prometer a otra persona crear una vida de hogar. Prometer llevar a cabo
este tipo de actividad es una acción tan excelsa que parece en principio
insensata. Prometo hoy para cumplir en días y años sucesivos, incluso cuando
mis sentimientos sean distintos de los que hoy me inspiran tal promesa.
Prometer crear un hogar en todas las circunstancias, favorables o adversas,
implica elevación de espíritu, capacidad de asumir las riendas de la propia
vida y estar dispuestos a regirla no por sentimientos cambiantes sino por el
valor de la unidad, que consideramos supremo en nuestra vida y ejerce para
nosotros la función de ideal.
-Según lo dicho, no parece tener sentido confundir la
fidelidad con la intransigencia...
Ciertamente. El que es fiel a una promesa no debe ser
considerado como terco, sino como tenaz, es decir, perseverante en la
vinculación a lo valioso, lo que nos ofrece posibilidades para vivir
plenamente, creando relaciones relevantes. Ser fiel no significa sólo mantener
una relación a lo largo del tiempo, pues no es únicamente cuestión de tiempo
sino de calidad. Lo decisivo en la fidelidad no es conseguir que un amor se
alargue indefinidamente, sino que sea auténtico merced a su valor
interno.
Por eso la actitud de fidelidad se nutre de la
admiración ante lo valioso. El que malentiende el amor conyugal, que es
generoso y oblativo, y lo confunde con una atracción interesada no recibe la
fuerza que nos otorga lo valioso y no es capaz de mantenerse por encima de las
oscilaciones y avatares del sentimiento. Será esclavo de los apetitos que lo
acucian en cada momento. No tendrá la libertad interior necesaria para ser
auténticamente fiel, es decir, creativo, capaz de cumplir la promesa de crear
en todo instante una relación estable de encuentro.
Así
entendida, la fidelidad nos otorga identidad personal, energía interior,
autoestima, dignidad, honorabilidad, armonía y, por tanto, belleza. Recordemos
la indefinible belleza de la historia bíblica de Ruth, la moabita, que dice
estas bellísimas palabras a Noemí, la madre de su marido difunto: "No insistas en que te deje y me
vuelva. A dónde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el
mío, tú Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán.
Sólo la muerte podrá separarnos, y, si no, que el Señor me castigue".